domingo, febrero 17, 2008

Yo no quiero un diamante

El diamante (carbono puro cristalizado) es la piedra preciosa de mayor valor en la naturaleza y, por ende, en el mercado. Algunos suelen tener en su composición molecular átomos de nitrógeno y boro. Tonos amarillentos los primeros y azulados los segundos, mientras que los blancos no llevan ningún otro elemento.
El diamante se forma en la corteza terrestre a altas presiones y temperaturas, y a una profundidad de entre los 120 y los 200 kilómetros. Son de origen magmático y emergen a la superficie por las chimeneas de los volcanes.
Se pueden encontrar también en depósitos sedimentarios creados por la erosión, el tiempo y el arrastre producido por el agua hasta los yacimientos secundarios.
Piedras escupidas desde los infiernos
A pesar del esplendor que posee, y de su gran belleza, el diamante fue despreciado por los pueblos babilonios, egipcios, persas y griegos, así como por los nativos americanos.
Sólo se comenzaron a utilizar como ornamento a partir de la civilización romana, en el siglo I después de Cristo.
A pesar del tiempo transcurrido, se sigue manteniendo la creencia de su maleficio, apoyada por las célebres historias de traiciones y sangre que han envuelto a los diamantes más famosos de la Tierra, cuyos poseedores han sufrido dramáticos efectos en sus vidas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Resulta curioso que el diamante no deja indiferente, haciendo un repaso sobre gemoterapia, mitología, leyendas,... siempre esta preciosa y durísima gema está asociada a radicalismos, fuertes energías positivas asociadas a maleficios y sobre todo símbolo de poder, tanto de un extremo como del otro. Incluso no es raro verlos asociados con el Ying y el Yang.

Fascinante...

Un saludo.
Antonio.